¿Qué es la vida?

¿Qué es la vida? No se sabía. Sin duda, tenía conciencia de ella, desde el momento que era vida, pero ella misma no sabía lo que era. Sin duda, la conciencia en tanto sensibilidad a ciertos estímulos se hacía patente incluso en las formas de vida inferiores y más primitivas; era imposible vincular la primera aparición de fenómenos conscientes a un determinado punto de su historia general o individual; asociar, por ejemplo, la conciencia con la existencia de un sistema nervioso. Las formas animales inferiores no tenían sistema nervioso, y ni mucho menos cerebro, y, sin embargo, nadie se hubiera atrevido a poner en duda su capacidad de reaccionar a determinados estímulos. Además, también se podía anestesiar momentáneamente la vida –la propia vida–, no sólo los órganos particulares de la sensibilidad que la constituían, no sólo los nervios. Con las sustancias adecuadas, se podía anular temporalmente la sensibilidad de toda materia dotada de vida, tanto del reino vegetal como del animal, se podían anestesiar los huevos o las células reproductoras con cloroformo o clorhidrato de mor fina . La conciencia de uno mismo, pues, era una mera función de la materia organizada como forma de vida; y, en un grado más alto, esa función se volvía contra su propio portador, se convertía en tendencia a profundizar y explicar el fenómeno del que es fruto; en una búsqueda tan esperanzada como desesperanzada de la vida en pos del conocimiento de sí misma; en una constante indagación en su propio interior de la naturaleza, en vano al final , puesto que la naturaleza no puede traducirse en conocimiento, como tampoco la vida, en último término, puede explorarse a sí misma. ¿Qué era la vida? Nadie lo sabía. Nadie conocía el punto de la naturaleza del que nacía o en el que se encendía. A partir de ese punto, nada era inmediato ni estaba mal mediado en el dominio de la vida; la vida misma, parecía inmediata. Si algo se podía decir sobre este aspecto era lo siguiente: su estructura debía de ser de una índole tan evolucionada que el mundo inanimado no tenía ninguna forma que se le asemejase ni remotamente. Entre la ameba y el animal vertebrado mediaba una distancia muy pequeña, in significa nte en comparación con la que existía entre el fenómeno más sencillo de la vida y esa naturaleza que ni siquiera merecía ser cali fic ada de muerta, puesto que era inorgánica. Porque la muerte no era más que la negación lógica de la vida; pero entre la vida y la naturaleza inanimada se abría un abismo que la ciencia intentaba franquear en vano. Se intentaba salvarlo por medio de teorías, que el abismo se engullía sin perder nada de su profundidad ni extensión.

(Mann, La montaña mágica. Capítulo V: Investigación)

 

La mirada desde lo alto

Recientemente una lectura de Pierre Hadot, el filósofo e historiador francés, me pareció que proporcionaba un cierto contexto y destacaba, al mismo tiempo, un elemento básico de La montaña mágica, que aparece de manera reiterativa, aunque su insistencia no sea quizás suficiente para destacarlo y darle el relive que merece. Se trata del hecho mismo de «la montaña», del hecho de que Hans Castorp y sus compañeros estén arriba. Esto, como bien se sabe, es recalcado por el narrador, pero lo que quizás no se subraya tanto es el hecho de que quien está arriba «mira desde arriba». Hay, justamente, en una obra de Hadot titulada Memento vivere, un capítulo titulado «La mirada desde lo alto», en el cual Hadot introduce este asunto del siguiente modo:

«Hans Blumenberg ha afirmado, en la estela de Jakob Burckhardt, que los hombres de la antigüedad y de la Edad Media habrían experimentado una verdadera inhibición al mirar el mundo desde lo alto o al representárselo como visto desde lo alto por los hombres. Este tabú resultaría del carácter sagrado de las cumbres montañosas y del temor que el hombre primitivo experimentaría ante ellas. […] Se trata aquí, por desgracia, de una afirmación completamente arbitraria. […] Lejos de ser un tabú, la mirada desde lo alto era una necesidad vital. El hombre antiguo buscaba las cumbres, los puntos elevados, por su utilidad en la vida cotidiana y su importancia estratégica. En los poemas homéricos a menudo se trata de la atalaya (skopié), que permite observar a lo lejos…» (Hadot, Memento vivere, 53)

Al inicio del capítulo V, en el primer subcapítulo titulado «Sopa eterna», Hans Castorp se enfrasca en una discusión con Settembrini, en la cual llegan a discutir acerca de la forma de vida de los hamburgueses, de su frialdad y, finalmente, de lo que Castorp considera, su crueldad. Esta percepción de la sociedad a la cual él pertenece, le llega como el resultado de una reflexión a la que sólo pudo entregarse habitando en las cumbres de Davos, en el sanatorio Berghof, obligado a permanecer allí por lo que parece ser un padecimiento respiratorio serio. La mirada desde lo alto de la montaña mágica, permite apreciar rasgos de la vida en lo llano, que eran indiscernibles, que no podían ser apreciados a causa de una especie de falta de perspectiva. Castorp reconoce que es justamente el poder tomar distancia y perspectiva de  su situación (existencial) en el sanatorio, lo que le proporciona ese conocimiento precioso sobre su propia gente.

Amor y muerte

La segunda sección del capítulo V de La montaña mágica que se titula “Dios mío, veo” pone en conjunción el amor y la muerte. Los pone en conjunción si advertimos que la exclamación «dios mío» marca el instante de mayor intensidad en el relato de ambas experiencias; los pone en conjunción como dos temas que se suceden: el reencuentro de Castorp con Madame Chauchat en el comedor. Pero también los pone en conjunción a través de la mediación de la enfermedad, en la sala de espera del consultorio de Behrens, lugar en el que se encuentran casi con sorpresa, nuevamente el héroe y aquella mujer por quien su corazón late desasosegado. El amor, o el enamoramiento, que como dice el narrador, es un término que toman prestado de las tierras llanas (no sabemos bien cómo nombran los de arriba esta situación existencial y afectiva), ha progresado considerablemente durante las semanas que Hans Castorp ha guardado cama:

“Impone añadir aquí que los sentimientos íntimos de Hans Castorp hacia la enferma de la mesa de los «rusos distinguidos», la vinculación de sus cinco sentidos y de su humilde ser con aquella persona de mediana estatura, de andares de gata y ojos de tártaro –en una palabra: su enamoramiento (atrevámonos a escribir esta palabra, a pesar de ser un término del mundo de «allá abajo», de las tierras llanas y de que pueda dar pie a pensar que la canción «Una sola palabra de tus labios» pueda aplicarse de alguna manera a este caso)– habían hecho grandes progresos en aquellas semanas de aislamiento.»

Se llega a discutir a este respecto, el comportamiento “juguetón” del narrador, quien en la sección precedente, en la que nos relata lo acontecido en las tres semanas de reposo en cama, omite contar que el tiempo se le fue rápido al enfermo, en parte porque lo ocupó pensando en la mujer de su corazón, en Claudia Chauchat.

Al relato del sentimiento y el desasosiego amoroso le sigue el recuento que le hace a Castorp la institutriz acerca de los flirteos reales o aparentes, de la Chauchat con un hombre de Davos y con el propio Beherens quien la ha requerido como modelo para sus ejercicios de pintura. Hans Castorp sufre de celos.

El segundo momento de la segunda sección está ocupado casi enteramente por la visita al doctor Beherens y por el examen del tórax mediante radiografía y mediante radioscopia. Es en esta situación en la que se producen una serie de reflexiones sobre la muerte, de las cuales el siguiente fragmento da una buena síntesis:

“Hans Castorp vería el interior de su propia tumba. Vería el futuro fruto de la descomposición, gracias al poder lo vería anticipadamente; vería la carne que formaba su cuerpo descompuesta, aniquilada, convertida en una niebla evanescente, y en medio de ella –esmeradamente cincelado– vería el esqueleto de su mano derecha, en torno de cuyo anular flotaba, negra y fea, la sortija heredada de su abuelo: duro objeto terrenal con el que el hombre adorna su cuerpo, abocado a descomponerse y a dejarlo otra vez libre para que otra carne pueda lucirlo durante otro lapso de tiempo. Con los ojos de aquella tía lejana, de la familia Tienappel, vería ahora una parte de su propio cuerpo, la vería con penetrantes ojos de visionario y, por primera vez en su vida, comprendería que también él habría de morir una vez.”

Un tema que fue ampliamente discutido, un poco al margen de los dos ya esbozados, tiene que ver con la conversación entre Castorp y Settembrini, a propósito de la frialdad y crueldad de los de abajo, que parece que Hans ahora, en la distancia, en la mirada desde lo alto, reconoce con mayor nitidez y, adicionalmente, lo que él considera como una sensibilidad particular que le ha conferido el hecho de haber crecido en medio de un ambiente mórbido, padeciendo tempranamente la muerte de sus seres más queridos: sus padres y su abuelo paterno.

Settembrini parece oponerse radicalmente a la tesis de Castorp, sin que esta esté muy bien delineada tampoco. Parece ser que a Settembrini le preocupa sobre todo, en aquel a quien considera su pupilo, su discípulo, su alumno, una cierta proclividad a la melancolía, a la “sensiblería” y a un cierto “aristocratismo” de la enfermedad. Contra estos peligros esgrime Settembrini una posición decididamente racionalista, viril, agonística. La muerte no es antítesis de la vida, es parte de ella, parte necesaria. Pero no le confiere a la vida un distinción especial, como tampoco lo hace la enfermedad. No por tener un contacto prematuro con la muerte está Hans Castorp mejor capacitado para reconocer la crueldad y criticar la sociedad de los de abajo. Esto no lo admite Settembrini, y en cambio le preocupa que Castorp se sirva de estos argumentos para reforzar su separación con respecto a los de abajo, y complacerse en su situación.

Otros temas propuestos:

  • La patria de los de arriba
  • La cureldad de los de abajo
  • Monotonía del tiempo en la enfermedad
  • La corriente subterránea de la conciencia y su concreción consciente

(Relatoría escrita por Germán Vélez)

Las concepciones del amor y su descubrimiento

Con relación a este tema de las concepciones y el descubrimiento del amor vemos cómo Hans Castorp empieza una nueva etapa de transformación en el sanatorio debido a la experiencia erótico-amorosa que experimenta al entrar en contacto con una mujer que lo cautiva y lo hace entrar a los recuerdos de su pasado, al momento de su infancia donde experimentó atracción por otro ser. Al mismo tiempo esta situación lo confronta con la muerte y especialmente con la enfermedad y la incapacidad de desarrollar cualquier tipo de relación en este estado febril.

Cuando Hansp castorp ve ante sus ojos la posibilidad de morir al encontrarse con que la mujer que le atrae está en el sanatorio desde hace varios años y que su estado de salud deja mucho que desear, la dimensión de la muerte y del amor pasan a otro plano y así mismo adquiere conciencia de si mismo, es decir que estamos frente a un sujeto exacerbado en su conciencia de transformación.

Revive momentos de su infancia, con los recuerdos de su compañero en el colegio “el tártaro” por el que se sintió atraído y ahora cuando  intensas miradas se cruzan con Mme. Chauchat ve en sus ojos la misma expresión del chico del colegio. Encuentra en ambos el objeto de su deseo y al mismo tiempo esta situación lo carga de angustia y desasosiego. Los fantasma del paseado lo asedian y los recuerdos que más aparecen en sueños evocados por las palabras lo hacen caer en cuenta de cuál fue la primera vez que sintió las tensiones del amor.

Cuando se da cuenta de que la mujer por la que se siente atraído es Clawdia se ve ante la paradoja que lo remite a su niñez que es como un recuerdo soñado a través de la palabra.

La enfermedad por su parte parece mediar esta relación que se establece en un estado febril y es además la primera vez que experimenta una fuerte sensación de atracción que suscita al mismo tiempo el desamor como una niebla. Capta la situación adversa que los envuelve y así mismo se detiene en los pequeños detalles de Mme. Chauchat, tan nimios, como su camisa, sus ademanes bruscos o aspectos que resultan desagradables como que haga bolitas de miga de pan, asuntos que es capaz de pasar de largo por su estado de enamoramiento y lo subjetivo que resulta lo que antes le desagradaba ahora le atrae y estimula para llegar al comedor con la ilusión de verla.  Lo repugnante y la atracción se juntan y lo que parece de mal gusto se vuelve un dilema de identificación con el sujeto amado.

Al despertar el amor se logra alejar la persistente idea de la muerte y encuentra la conexión entre el amor y el cuerpo. Y aunque la enfermedad parece incompatible con el amor, él mismo a pesar de sus sentimientos trata de convencerse de que no es posible una relación, además se suma la premura de que partirá en una semana, lo que al mismo tiempo le da licencia para recrearse  en la reciente atracción.

El discurso del doctor Krokovski sobre el amor induce a Hans Castorp a reprimir sus sentimientos, pues aquel plantea que el amor es en sí una enfermedad que tiene distintas mascaras para encubrir otras enfermedades.

Krokovski plantea en sus conferencias que el amor es de todos los sentimientos humanos  el más perverso y encadenado a las tinieblas.

Acerca del tiempo

La montaña mágica, capítulo III:

Secciones:

  • Lucidez, una palabra de más
  • ¡Una mujer naturalmente!
  • El señor Albin
  • Satán hace proposiciones indecentes

 La siguiente relatoría presenta los puntos de discusión centrales que tuvieron lugar durante la sesión en la que se discutió la segunda mitad del capítulo III de La montaña mágica.

  1. El siguiente es el listado de los temas propuestos:

*Los cambios de Hans o La montaña mágica como un caleidoscopio en el que todo cambia y se va abriendo.

*Los habituales placeres de Hans.

*La importancia de la comida en la vida cotidiana en el sanatorio

*El tiempo y la duración/la relatividad del tiempo/el tiempo como algo que no posee realidad

*La mayor consistencia de la presencia de los personajes femeninos

*La vida de “aquí arriba”, la vida en horizontal

*La distancia entre el cuerpo y el alma

El tema elegido fue el del tiempo, con los diferentes matices propuestos (duración, relatividad, su no realidad).

  1. Discusión grupal.

Ya desde sus primeras páginas, Mann nos anuncia no solo la importancia que tendrá el asunto del tiempo en su novela sino la dificultad que entraña querer acercarse a este elemento, caracterizado por una “extraña dualidad natural” (p. 7, Intenciones del autor). Uno de los pasajes donde se aborda de manera frontal este doble carácter es en el debate que sostienen Hans y Joachim con ocasión del ritual de la toma de la temperatura al que deben someterse todos los residentes del Berghof varias veces al día:

  1. 97-98

(Joachim) “Me gusta mucho tomarme la temperatura cuatro veces al día, porque en ese momento uno se da verdaderamente cuenta de lo que es realmente un minuto…o siete; mientras que de un modo terrible aquí se ignoran los sietes días de la semana.

(Hans) -Dices “realmente”, pero no tiene sentido decir “realmente”-objetó Hans Castorp. Estaba sentado con una pierna sobre la balaustrada, y en el banco de sus ojos se veían venillas rojas-. El tiempo no posee ninguna “realidad”. Cuando nos parece largo es largo, y cuando nos parece corto es corto; pero nadie sabe lo largo o lo corto que es en realidad.

No solía filosofar y, sin embargo, en aquel momento sentía la necesidad de hacerlo. Joachim replicó:

-¿Cómo que no? ¿Acaso no podemos medirlo? Tenemos relojes y calendarios, y, cuando pasa un mes, pasa para mí, para ti y para todos nosotros.

-Atiende un instante –dijo Hans Castorp, e incluso se llevó el dedo índice a la altura de sus enrojecidos ojos-. ¿Entonces, un minuto dura lo que tú crees que dura cuando te tomas la temperatura?

-Un minuto siempre dura lo mismo…Dura el tiempo que emplea la aguja del segundero en describir su círculo completo.

-Pero en eso no tarda siempre lo mismo…según nuestra apreciación. En realidad: insisto: en realidad –repitió Hans Castorp, apretándose la nariz con el dedo con tanta fuerza que se le doblaba la punta-, en realidad se trata de un movimiento, un movimiento en el espacio, ¿no es cierto? ¡Espera! Medimos el tiempo por medio del espacio. Pero eso es como si quisiésemos medir el espacio en función del tiempo, lo cual no se le ocurre más que a gente desprovista de rigor científico…

-Pero, hombre…-replicó Joachim- ¿Qué te pasa? Creo que te está afectando estar aquí, entre nosotros.

-Calla. Hoy estoy muy lúcido. ¿Qué es el tiempo? –preguntó Hans Castorp, y se dobló la punta de la nariz con el dedo tan fuerte que se le quedó blanca, sin sangre-. ¿Me lo quieres decir? El espacio lo percibimos con nuestros sentidos, por medio de la vista y el tacto. ¡Bien! ¿Pero a través de qué órgano percibimos el tiempo? ¿Me lo puedes decir? ¿Lo ves? ¡Ahí te he pillado! Entonces, ¿cómo vamos a medir una cosa de la que, en el fondo, no podemos definir nada, ni una sola de sus propiedades? Decimos: el tiempo pasa. ¡Bueno, pues que pase! Pero en lo que se refiere a medirlo…¡Espera! Para poder medirlo sería preciso que transcurriese de una manera uniforme, ¿dónde está escrito que lo haga? A nosotros nos da esa sensación, desde luego, tan sólo aceptamos que lo hace para garantizar un orden, y nuestras medidas no son más que puras convenciones, si me permites…”

En este pasaje hallamos dos posturas sobre el tiempo contrapuestas. De un lado, la visión de un Joachim, que podemos calificar de objetiva, en tanto sostiene que el tiempo tiene, de hecho, una “realidad”, aunque esta no sea fácil de aprehender “uno se da verdaderamente cuenta de lo que es realmente un minuto…o siete”. Al ser real, la duración de este tiempo es medible a través de los dispositivos que hemos inventado para dicho propósito, “relojes y calendarios”.  Asimismo, su duración es igual para todos “cuando pasa un mes, pasa para mí, para ti y para todos nosotros”.

Hans, casi airado, se opone a los planteamientos de su primo. Para empezar, para nuestro “visitante” el tiempo no tiene realidad “en sí”, pues más que un fenómeno sería  una experiencia: “Cuando nos parece largo es largo, y cuando nos parece corto es corto; pero nadie sabe lo largo o lo corto que es en realidad”. La gran dificultad que tenemos para definirlo, ante la cual no queda más que enunciar sus propiedades de forma vicaria, aludiendo a nociones espaciales, muestran cuán carente de una “realidad” propia es el tiempo.

Aún más, si como propiedad del tiempo propusiéramos el hecho de que “pasa”, tampoco esta sería, para Hans, una propiedad satisfactoria porque su duración, por más que los calendarios así lo sugieran, no es siempre la misma: Para poder medirlo sería preciso que transcurriese de una manera uniforme, ¿dónde está escrito que lo haga? A nosotros nos da esa sensación, desde luego, tan sólo aceptamos que lo hace para garantizar un orden, y nuestras medidas no son más que puras convenciones, si me permites…”

La postura de Hans evoca en los lectores aquellos momentos de la vida en que el tiempo parece alargarse o acortarse, en los que lo experimentamos como una sensación interior. Ese tiempo al que alude Hans transcurre marcado por una sensación de relatividad, dependiendo de las circunstancias que se experimentan. Así, es diferente el paso del tiempo si está en una situación de gozo a si se está en una situación de padecimiento. El tiempo parece dilatarse o contraerse dependiendo del estado de quien lo experimenta. Como si la medida de la duración del tiempo, no estuviera en ningún dispositivo exterior, sino en la experiencia individual. Así, desde el punto de vista de Hans, si hemos de hablar de la realidad del tiempo, solo podríamos hacerlo aludiendo a la realidad interior de quien lo experimenta.

La balanza del lector, quizás por ser nuestro héroe o porque sus habilidades retóricas están un poco más desarrolladas que las de Joachim, tiende a inclinarse a favor de los argumentos de  Hans. Su postura está más cercana a la forma en que experimentamos el tiempo cuando propone, por ejemplo, “De Hamburgo a Davos hay veinte horas de ferrocarril…Sí, claro, en tren. Pero a pie, ¿cuánto hay? ¿Y en la mente? ¡Ni siquiera en segundo! Sí, queremos decir, en la mente no existe el tiempo. Y, por extensión, este no puede ser más que una convención. Sin embargo, el pragmatismo de Joachim nos pone de frente a un hecho difícil de refutar: “-De acuerdo- dijo Joachim; por consiguiente, no es más que una pura convención el que yo tenga cuatro décimas de más en mi termómetro. Pero a causa de estas cinco rayitas debo permanecer aquí como un lisiado, sin poder prestar servicio. ¡Eso es repugnante! (p. 98). Sin importar cuán abstracto sea el tiempo, cuán relativa su duración, sus efectos son ineludibles, su paso inexorable.

Otra manera de entender esta oposición entre ambas concepciones sobre el tiempo es, de hecho,  pensarla no como una confrontación entre un tiempo científico, entendido como una magnitud (Joachim) y un tiempo humano (Hans) que hace parte de su experiencia más personal, sino como una discusión en la que se ponen en juego diferentes aspectos de una dimensión tan compleja como el tiempo, de la que algunos habitantes del sanatorio son concientes cuando se instalan en un régimen temporal distinto al que regía sus vidas “allá abajo”. Es el tiempo en todas sus facetas. El tiempo natural del termómetro, el tiempo subjetivo que a veces parece detenido y a veces acelerado, el tiempo cultural que una vez impuso un ritmo vertiginoso a su vida “allá abajo” y el tiempo de una comunidad cuya forma de vida ahora les impone un ritmo de vida fuertemente regulado, pero infinitamente más lento.

Ascenso geográfico y caída moral

Se discute sobre la frase de Settembrini, “La maldad, señor, es el espíritu de la crítica.”  En algunas traducciones aparece la palabra malicia en vez de maldad. Pero se constata que en el original alemán se usa la palabra Böse que traduce maldad.

  • En el discurso de Settembrini hay solemnidad pero a la vez humor. Por ejemplo, dice, “Lamento tener que gastar mi causticidad en esas cosas triviales.”
  • La Risa oculta los sentimientos. Es de alguna manera el sentimiento que se oculta: sería un arte de lo trágico. De lo “tan real”, sonríe.
  • Hay un intento por trivializar los asuntos mas graves
  • Se nota que las personas se rodean de un ambiente eufórico, maníaco, si se quiere. Hay una aparente alegría y diversión entre los jóvenes del “Club del Medio Pulmón”. Es un estado aparentemente feliz. Settembrini se refiere a la felicidad y se refiere a Behrens que trata por todos los medio de ser feliz, especialmente fumando. Se ha vuelto adicto y los cigarrillos logran el efecto contrario: lo deprimen y lo ponen melancólico. (La Directora le controla la cantidad de cigarrillos que se puede fumar y el intenta robárselos…)
  • Trivialidad y muerte: El tema lo introduce Joachim al hablar de los moribundos. Cuenta sobre la niña Hujus que al momento de que le aplican la Extremaunción hace una pataleta dramática de rebelión porque no quiere aceptar su muerte, ni por tanto el ritual religioso pre-mortuorio. Luego narra como Behrens le da una orden perentoria a un moribundo que esta “descontrolado” diciéndole: “Compórtate!” ante lo cual el moribundo se compone y se muere “ordenadamente”. Se trataría de un mal moribundo que no sabe comportarse al momento de morir… Hans Castrop estalla en risa trayendo a primer plano de nuevo el tema del descontrol sintomático de la paradoja que conlleva. El tema de Risa y Llanto: en el primer sueño de Hans Castrop termina entre risas y llanto. La cercanía de ambas ‘convulsiones’: Reir hasta llorar; reir hasta las lágrimas. Como si no se reconociera la muerte. Hay una evidente negación implícita en la risa, quizás una incapacidad de elaborar o estar consciente de ella. Para los jóvenes parece carecer de existencia; hay una especie de inconsciencia con los jóvenes que se  sienten inmortales e invulnerables aun cuando la enfermedad es patente. La frase de Joachim en respuesta al comportamiento desfachatado  de los jóvenes: “Dios mio[…] son tan libres- quiero decir son tan jóvenes, y el tiempo  no les significa nada, pero entonces pueden morir – quizás- porqué poner caras largas? A veces pienso que estar enfermo y morir no son serios para nada, solo una especie de holgazanería por ahí de malgastar el tiempo; la vida solo es seria allá abajo.”
  • Si la salud es la perspectiva en la vida, para que tienen que esperar la libertad? Es un ambiente de enfermedad. El enfermo es el otro. La disyuntiva de vida es ó ser un enfermo ó un aliviado. Se trata de  una resistencia sistemática que necesita a los enfermos como negocio. Behrens que es otro gran cínico le gusta Hamburgo porque es de ahí de donde le envían “contingentes”. Para los doctores es una muerte repetida que va perdiendo sentido. Y estos sanatorios son una forma de negocio con la muerte o con la perspectiva de morir que tratan de prolongar lo más posible para obtener más dinero durante más tiempo. Behrens se inventa las curas de verano que antes no existían y las publicita en los periódicos. Algunos médicos ante la muerte inminente de un paciente el pide que lo espere mientras realiza alguna diligencia que prolonga para tener a su moribundo pagando por mas tiempo.
  • Impresiona a Hans en el comedor la animación que encuentra ahí y el hecho de que todos comen copiosamente: van comiendo más y más a medida que pasa el día. Por contraste, aquellos que están apesadumbrados se los deja solos. Es otra manera de no tener que enfrentar.  La niña moribunda sufre. Pero este sufrimiento se acalla y atempera se nivela, como en el caso al que el doctor le da la orden de “comportarse”. Hans Castorp se indigna hasta la furia y enuncia el derecho especial del hombre moribundo frente a cualquier ser humano vivo trasegando su día pero lentamente lo sacude un acceso de risa lo posee y lo sobrepasa (podríamos decir que casi como los accesos de tos o como la muerte misma). “…sus palabras se desvanecieron en un acceso de risa que lo poseyó y lo sobrecogió, la risa de ayer, una risa profunda, sin límites  posibles, que le sacudió el cuerpo.” Es una especie de risa nerviosa.
  • Por enfermos que estén es una situación amortiguada. Hans Castorp piensa que ha llegado a un sitio en el cual no hay tiempo.
  • Settembrini va a volver patente el hecho de que es ambiente que necesita la muerte y la enfermedad. Solo vivo porque la muerte existe, justifica su papel en virtud de los muertos y el tránsito de la muerte.
  • Ascender es solo una apariencia de ascensión. En realidad caemos muy bajo dice Settembrini. Minos y Radamanthus que son los jueces de la muerte en el Hades, son en realidad personajes muy crueles. En este ascenso no hay nada de Sublime. Es más bien un Cima y Sima serían el juego patente de este ascenso que es un descenso a la Cámara de los Horrores mas grotesca como lo enuncia Settembrini.
  • Hans se impresiona con Settembrini porque es burlón, cínico e irónico para criticar cosas. Hans considera que su risa es tamizada por la inteligencia, es un hombre culto pero muy aguzado: critica a Minos y a Radamanthus pero a la vez es el que hace necrologías! Y es cliente fiel del sanatorio aunque  va y
  • El ambiente del sanatorio es extraño (unheimlich) a la vez conocido y extraño. Qué es lo que le resulta cómico. La vida parece perder su sentido. Esta como suspendida. Para qué? Como sentirse parte de ese mundo? Hans empieza a enfrentar esa pregunta.
  • La pelea de Settembrini es por la vida y por eso Behrens lo ve como un mal paciente.
  • Hans elogia el Ocio y dice que se siente mejor cuando no hace nada.
  • Settembrini habla de un diablo que elogia el trabajo y de otro  que odia el trabajo al cual no hay que darle  ni siquiera la mano…
  • La vida aquí es sin expectativa de tiempo: el tiempo se dilata y pierde su finitud. La unidad mínima, dice Settembrini es un mes. Existe una unidad mínima. La vida empieza a depender de una temporalidad muy dilatada que no permite asignarle un sentido claro!
  • Si Hans regresara a su vida cotidiana “allá abajo”… sin embargo, aquí arriba el retorno se desdibuja porque Behrens dilata la expectativa: las valoraciones se trastocan. Hay una vacilación, un decantarse por un lado y por el otro. Enojo y Risa que irrumpe. Experimenta un momento de vacilación que desemboca en que no sabe si llorar o reír, si ofenderse o reír.
  • Hans es un especie de mojigato, moralista, escrupuloso, lleno de rituales como el de quitarse el sombrero. Pero si los niños y los jóvenes son los más apegados a las normas, los más conservadores porque la norma es la que rige sus ideas y su actuar. Solo al pasar el tiempo se van abriendo las posibilidades de escoger o labrarse un camino propio distinto. Hans descubre sus emociones de manera volcánica. El sexo o la muerte le producen explosiones emocionales: irritación incomodidad e indignación moral. Se irrita por el golpe de la puerta. Es muy normativo, regido por las costumbres cívicas. Descalifica a una señora solo por lo que come (luego la redimirá por la forma culta en la que habla): la categoriza como costurera.
  • Diálogo Settembrini-Castrop: Piensa que Settembrini es un organillero por la manera como viene vestido con pantalón color crudo con cuadros de rayas negras. Settembrini es el retórico, el ‘culebrero’ y sin embargo, obliga a Hans Castrop a que lo emule y logra que Hans module su modo de hablar un poco plano. Hans se siente retado y responde con elocuencia en el comentario sobre su trabajo. Dice que lo fatiga el trabajo y llega a afirmar que cuando mejor se siente es cuando no está haciendo nada. Settembrini lo intentó encasillar y Hans se siente ofendido. Pero no se deja encasillar, no es servil, está retado. Settembrini le pregunta que cuanto tiempo se quedará. Hans se siente orgulloso de poder escoger él mismo ese tiempo de estancia. Settembrini se abroga el derecho a dividir a los hombres entre ingenieros y humanistas y se declara homo humanus. Subvierte el arriba y el abajo que ha privilegiado el “nosotros aquí arriba” [‘uns hier oben’] como lugar privilegiado y dice que es mas bien un abajo muy bajo, una Cámara del Este abajo es un abajo Medieval con alusión al debajo de Petrarca y del infierno de Dante ambientado en la Divina Comedia. A Krokowski lo ve como un cancerbero y a Behrens como un cínico.
  • Settembrini le dice Hans que su estadía ahí ‘de pasada’ será como Ulises en el reino de las sombras. Hans parece permanecer ajeno a todo este entorno pero inta entrando en la Montaña Mágica a donde apenas va llegando. Y se demorará en llegar. A Hans le cuesta, le da trabajo llegar y reaccionar pero va habiendo indicios de que cambia. Por ejemplo su relación ‘sagrada’ con el cigarro, momento que tan preciado que odia que se le interrumpa por causa del trabajo. Y la molestia porque no puede sacarle el placer cuando descansa en el balcón y cuando sale a caminar con Joachim muestra que se ha interpuesto algo importante, a saber, probablemente su estado de salud, pero de lo que no se va dando cuenta sino paulatinamente. Sus momentos con Maria Mancini (la marca de los cigarros que contrabandea) pueden interpretarse a manera de sicoanálisis salvaje como la relación con la mujer fálica (comento yo, la relatora: Cito el texto: “Me he estado preguntando todo el tiempo que es lo que me pasa, y ahora veo que es Maria. Sabe a cartón paja).Pero hay una elogio al fumar reconocible por fumadores actuales o pasados… Settembrini aunque parece un charlatán apunta a cosas muy serias. Settembrini le dice que ese es un vicio pero que no se preocupe que todo el mundo tiene vicios. En esto coinciden Settembrini y Hans que cuestionan así la moral dominante porque alegan que pueden existir “buenos vicios”. Este es un asunto con valor pero salen de la valoración negativa.

Mediocridad honorable

Se propusieron, entre otros temas, la muerte, los objetos y la memoria familiar y, la mediocridad en un sentido honorable. El que se eligió finalmente fue: la mediocridad en un sentido honorable.

Se precisa de nuevo que desde el punto de vista metodológico, las discusiones se darán estrictamente en forma intratextual.

Se trata de responder a la pregunta ¿Por qué Hans Castorp es un mediocre en un sentido honorable?

Primero que todo nos remitimos a su época. Fue un tiempo sin  respuesta satisfactoria a la pregunta: ¿Para qué?

Hans Castorp (HC) conoce su arraigo y su acervo familiar, a través del abuelo. Reflexiona sobre la repetición y la manera cíclica como los acontecimientos se presentan históricamente. El narrador nos lo muestra “como una página en blanco”, como en quien la historia está por escribirse.

Lo vemos como un joven término medio que está llevado por la inercia y se encarga de continuarla. Parece un reflejo de la época, especialmente en Alemania.

H.C. es un hombre con talento pero sin pasiones. No reflexiona ni se concientiza de sus talentos propios. Es el narrador quien cavila sobre las posibilidades teóricas o potenciales del personaje y aunque muestra afecto por él, no quiere ser su apologista según lo comunica claramente.

En la época que se relaciona, el trabajo representaba el absoluto, ya que a través de él se generaba riqueza y ya había empezado a desaparecer una clase aristocrática rentista. HC respetaba el trabajo, pero su manera especialmente sensible de observar el mundo lo hacía más afín a una vida contemplativa. Su talento singular, sus habilidades, son más las de un artista.

Para él, el verdadero abuelo no era el real sino el de la pintura, e incluso el muerto más que el vivo. Como en contravía del  Real en Pitágoras.

Es en ese carácter de artista ubicado en el  núcleo de una sociedad fuertemente valoradora del trabajo donde hace síntoma. Eso lo hace contradictorio.

Se trata de una época monótona donde se da más peso al pasado y la repetición que al rescate o lucha por lo individual diferenciador.

La mediocridad, estaría así vista en contraposición a la rebeldía o el heroísmo.

Nos preguntamos entonces: ¿hay alguna época que ayude a dar sentido a la vida de las personas, a la vida de sus ciudadanos?

En el caso de HC, él sí es consciente de la falta de motivaciones procedentes de su época pero tampoco se entusiasma por hacer un esfuerzo.

El espacio, tiempo y ritmo como funciones transformadoras de la subjetividad

“Dos jornadas de viaje alejan al hombre y con mucha más razón al joven cuyas débiles raíces no han profundizado aun en la existencia—de su universo cotidiano, de todo lo que él consideraba sus deberes, intereses, preocupaciones y esperanzas; le alejan infinitamente más de lo que pudo imaginar en el coche que le conducía a la estación”.

En este aparte se condensa el movimiento no solo físico sino existencial que Hans Castorp hace al dirigirse al sanatorio de Davos.

Como todo movimiento implica un punto de partida, un desplazamiento y un punto de llegada.

Del punto de partida apenas hay la insinuación de que se trata de “un joven que cuyas débiles raíces no han profundizado en la existencia”.

Contrariamnte el desplazamiento es detalladamente narrado. Y esto en cumplimiento de lo que el autor promete en las Intenciones del autor de ser meticuloso en la narración.

Esta meticulosidad se explica porque todo en Mann parece simbòlico, es decir, todo tiene un significado màs allá del evidente. Por eso su lectura puede hacerse en varios registros: tiene un registro literal y un sentido simbólico. En este caso, aquel detenimiento en el viaje, la descripción detallada del paisaje parece indicar además del paisaje mismo, la necesidad de poner tierra entre un yo y otro que va a configurarse en la Montaña.

Finalmente lo tercero: el punto de llegada, el sanatorio Berghof comienza a mostrarse como un lugar gobernado por otro régimen distinto al “del valle”.

Allá, por ejemplo  encuentra a su primo Joachim transformado, con un cinismo acentuado. Allá su cuerpo comienza a alterarse y a romper rutinas. Y algo fundamental: allá el tiempo sigue otro ritmo.

Quien evidencia esto es Joachim en la conversación del restaurante cuando celebra la llegada de Hans:

“(sobre la llegada)…Te aseguro que  para mì se trata casi de un acontecimiento. Supone un auténtico cambio, una especie de cesura, de hito en esta monotonía eterna e infinita”

En esta referencia al tiempo (la primera de muchas) Joachim parece referirse al tiempo mìtico de la monataña en oposición al tiempo de las contingencias del valle. Un tiempo con una vigencia existencial más que real.

De nuevo esta concepciòn del tiempo de Joachim resuena con las intenciones del autor cuando este situa su historia “(…)antes del gran vuelco, del gran vuelco que hizo tambalearse  hasta los cimientos de nuestra vida y nuestra cosnciencia (…) en un pasado antaño”.

En este “punto de llegada” además, habita la enfermedad y la muerte. Pero en estas primeras descripciones ambos temas aparecen como algo prosaico y sin gravedad filosófica. Ambos temas producen en Hans una risa “hasta las lágrimas”, como si siguiera aquella sentencia de Freud que sostiene que reírse es una forma de distanciarse.

A ese “Allá”, Hans  llega confiado de su salud, de su estadía acotada, de sus planes, pero el mismo lugar empieza, de manera sutil a disuadirlo, el paisaje comienza a modificarle el alma.

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