Acerca del tiempo

La montaña mágica, capítulo III:

Secciones:

  • Lucidez, una palabra de más
  • ¡Una mujer naturalmente!
  • El señor Albin
  • Satán hace proposiciones indecentes

 La siguiente relatoría presenta los puntos de discusión centrales que tuvieron lugar durante la sesión en la que se discutió la segunda mitad del capítulo III de La montaña mágica.

  1. El siguiente es el listado de los temas propuestos:

*Los cambios de Hans o La montaña mágica como un caleidoscopio en el que todo cambia y se va abriendo.

*Los habituales placeres de Hans.

*La importancia de la comida en la vida cotidiana en el sanatorio

*El tiempo y la duración/la relatividad del tiempo/el tiempo como algo que no posee realidad

*La mayor consistencia de la presencia de los personajes femeninos

*La vida de “aquí arriba”, la vida en horizontal

*La distancia entre el cuerpo y el alma

El tema elegido fue el del tiempo, con los diferentes matices propuestos (duración, relatividad, su no realidad).

  1. Discusión grupal.

Ya desde sus primeras páginas, Mann nos anuncia no solo la importancia que tendrá el asunto del tiempo en su novela sino la dificultad que entraña querer acercarse a este elemento, caracterizado por una “extraña dualidad natural” (p. 7, Intenciones del autor). Uno de los pasajes donde se aborda de manera frontal este doble carácter es en el debate que sostienen Hans y Joachim con ocasión del ritual de la toma de la temperatura al que deben someterse todos los residentes del Berghof varias veces al día:

  1. 97-98

(Joachim) “Me gusta mucho tomarme la temperatura cuatro veces al día, porque en ese momento uno se da verdaderamente cuenta de lo que es realmente un minuto…o siete; mientras que de un modo terrible aquí se ignoran los sietes días de la semana.

(Hans) -Dices “realmente”, pero no tiene sentido decir “realmente”-objetó Hans Castorp. Estaba sentado con una pierna sobre la balaustrada, y en el banco de sus ojos se veían venillas rojas-. El tiempo no posee ninguna “realidad”. Cuando nos parece largo es largo, y cuando nos parece corto es corto; pero nadie sabe lo largo o lo corto que es en realidad.

No solía filosofar y, sin embargo, en aquel momento sentía la necesidad de hacerlo. Joachim replicó:

-¿Cómo que no? ¿Acaso no podemos medirlo? Tenemos relojes y calendarios, y, cuando pasa un mes, pasa para mí, para ti y para todos nosotros.

-Atiende un instante –dijo Hans Castorp, e incluso se llevó el dedo índice a la altura de sus enrojecidos ojos-. ¿Entonces, un minuto dura lo que tú crees que dura cuando te tomas la temperatura?

-Un minuto siempre dura lo mismo…Dura el tiempo que emplea la aguja del segundero en describir su círculo completo.

-Pero en eso no tarda siempre lo mismo…según nuestra apreciación. En realidad: insisto: en realidad –repitió Hans Castorp, apretándose la nariz con el dedo con tanta fuerza que se le doblaba la punta-, en realidad se trata de un movimiento, un movimiento en el espacio, ¿no es cierto? ¡Espera! Medimos el tiempo por medio del espacio. Pero eso es como si quisiésemos medir el espacio en función del tiempo, lo cual no se le ocurre más que a gente desprovista de rigor científico…

-Pero, hombre…-replicó Joachim- ¿Qué te pasa? Creo que te está afectando estar aquí, entre nosotros.

-Calla. Hoy estoy muy lúcido. ¿Qué es el tiempo? –preguntó Hans Castorp, y se dobló la punta de la nariz con el dedo tan fuerte que se le quedó blanca, sin sangre-. ¿Me lo quieres decir? El espacio lo percibimos con nuestros sentidos, por medio de la vista y el tacto. ¡Bien! ¿Pero a través de qué órgano percibimos el tiempo? ¿Me lo puedes decir? ¿Lo ves? ¡Ahí te he pillado! Entonces, ¿cómo vamos a medir una cosa de la que, en el fondo, no podemos definir nada, ni una sola de sus propiedades? Decimos: el tiempo pasa. ¡Bueno, pues que pase! Pero en lo que se refiere a medirlo…¡Espera! Para poder medirlo sería preciso que transcurriese de una manera uniforme, ¿dónde está escrito que lo haga? A nosotros nos da esa sensación, desde luego, tan sólo aceptamos que lo hace para garantizar un orden, y nuestras medidas no son más que puras convenciones, si me permites…”

En este pasaje hallamos dos posturas sobre el tiempo contrapuestas. De un lado, la visión de un Joachim, que podemos calificar de objetiva, en tanto sostiene que el tiempo tiene, de hecho, una “realidad”, aunque esta no sea fácil de aprehender “uno se da verdaderamente cuenta de lo que es realmente un minuto…o siete”. Al ser real, la duración de este tiempo es medible a través de los dispositivos que hemos inventado para dicho propósito, “relojes y calendarios”.  Asimismo, su duración es igual para todos “cuando pasa un mes, pasa para mí, para ti y para todos nosotros”.

Hans, casi airado, se opone a los planteamientos de su primo. Para empezar, para nuestro “visitante” el tiempo no tiene realidad “en sí”, pues más que un fenómeno sería  una experiencia: “Cuando nos parece largo es largo, y cuando nos parece corto es corto; pero nadie sabe lo largo o lo corto que es en realidad”. La gran dificultad que tenemos para definirlo, ante la cual no queda más que enunciar sus propiedades de forma vicaria, aludiendo a nociones espaciales, muestran cuán carente de una “realidad” propia es el tiempo.

Aún más, si como propiedad del tiempo propusiéramos el hecho de que “pasa”, tampoco esta sería, para Hans, una propiedad satisfactoria porque su duración, por más que los calendarios así lo sugieran, no es siempre la misma: Para poder medirlo sería preciso que transcurriese de una manera uniforme, ¿dónde está escrito que lo haga? A nosotros nos da esa sensación, desde luego, tan sólo aceptamos que lo hace para garantizar un orden, y nuestras medidas no son más que puras convenciones, si me permites…”

La postura de Hans evoca en los lectores aquellos momentos de la vida en que el tiempo parece alargarse o acortarse, en los que lo experimentamos como una sensación interior. Ese tiempo al que alude Hans transcurre marcado por una sensación de relatividad, dependiendo de las circunstancias que se experimentan. Así, es diferente el paso del tiempo si está en una situación de gozo a si se está en una situación de padecimiento. El tiempo parece dilatarse o contraerse dependiendo del estado de quien lo experimenta. Como si la medida de la duración del tiempo, no estuviera en ningún dispositivo exterior, sino en la experiencia individual. Así, desde el punto de vista de Hans, si hemos de hablar de la realidad del tiempo, solo podríamos hacerlo aludiendo a la realidad interior de quien lo experimenta.

La balanza del lector, quizás por ser nuestro héroe o porque sus habilidades retóricas están un poco más desarrolladas que las de Joachim, tiende a inclinarse a favor de los argumentos de  Hans. Su postura está más cercana a la forma en que experimentamos el tiempo cuando propone, por ejemplo, “De Hamburgo a Davos hay veinte horas de ferrocarril…Sí, claro, en tren. Pero a pie, ¿cuánto hay? ¿Y en la mente? ¡Ni siquiera en segundo! Sí, queremos decir, en la mente no existe el tiempo. Y, por extensión, este no puede ser más que una convención. Sin embargo, el pragmatismo de Joachim nos pone de frente a un hecho difícil de refutar: “-De acuerdo- dijo Joachim; por consiguiente, no es más que una pura convención el que yo tenga cuatro décimas de más en mi termómetro. Pero a causa de estas cinco rayitas debo permanecer aquí como un lisiado, sin poder prestar servicio. ¡Eso es repugnante! (p. 98). Sin importar cuán abstracto sea el tiempo, cuán relativa su duración, sus efectos son ineludibles, su paso inexorable.

Otra manera de entender esta oposición entre ambas concepciones sobre el tiempo es, de hecho,  pensarla no como una confrontación entre un tiempo científico, entendido como una magnitud (Joachim) y un tiempo humano (Hans) que hace parte de su experiencia más personal, sino como una discusión en la que se ponen en juego diferentes aspectos de una dimensión tan compleja como el tiempo, de la que algunos habitantes del sanatorio son concientes cuando se instalan en un régimen temporal distinto al que regía sus vidas “allá abajo”. Es el tiempo en todas sus facetas. El tiempo natural del termómetro, el tiempo subjetivo que a veces parece detenido y a veces acelerado, el tiempo cultural que una vez impuso un ritmo vertiginoso a su vida “allá abajo” y el tiempo de una comunidad cuya forma de vida ahora les impone un ritmo de vida fuertemente regulado, pero infinitamente más lento.