El acto pasivo

Nos aproximamos al final de “Confesiones de un burgués”. En dos semanas más habremos terminado la lectura de esta obra. Quizás por esta razón, la vecindad del fin, el largo camino recorrido, los análisis realizados hasta ahora, sea conveniente e incluso necesario intentar ir recogiendo el hilo que hemos desplegado a lo largo del semestre. Recogerlo quiere decir intentar aproximar el principio y el fin, unificar, hasta donde sea posible, lo que hemos apreciado de manera episódica o fragmentaria.

Hemos elegido como tema de discusión la idea de “acto pasivo” expuesta por el narrador como autointerpretación de una experiencia básica, fundamental de su vida –y quizás de toda vida humana–, que podemos designar como “movilidad existencial”. Mediante la idea de acto pasivo el narrador interpreta para sí mismo, es decir, se da a conocer a sí mismo, el modo como él en su propia existencia, vive y se mueve.

Miremos de nuevo el pasaje del texto en el cual aparece formulada esta idea: “La vida se decide en momentos así, cuando obedecemos, en contra de cualquier argumento, entendimiento o «sentido común», a una resistencia interior: avanzamos siempre paso a paso, incluso a trompicones; nos equivocamos de camino y buscamos el verdadero sin saber dónde buscar; nunca sabemos lo que queremos, pero de repetnte sabemos perfectamente lo que no debemos hacer… No somos capaces de calcular las consecuencias de nuestros actos, pero existen también actos de tipo pasivo como ése. cuando sentimos con certeza absoluta que negarnos a hacer algo o quedarnos en el mismo sitio, sin movernos, es lo mismo que actuar.” (pág. 369)

Es importante reconocer el peso y la densidad de este pasaje en el conjunto de la narración. En cierta media es una clave de interpretación, no solamente de lo que motiva la permanencia del narrador en Florencia, de su negativa a regresar a su país, sino también del modo como en general el narrador decide qué caminos emprender, cuáles evitar, en dónde permanecer y por cuánto tiempo. La idea de acto pasivo le asigna un sentido existencial a la movilidad de la vida, movilidad de la cual el reposo es solamente un caso límite, una forma límite de movimiento.

En primer lugar, el uso del impersonal es una manera de recoger la influencia, en las decisiones vitales, de fuerzas ajenas al control yocico, cuando la vida se decide en momentos así, el “se” marca la presencia de lo no discursivo, no argumentativo, o si se quiere, no racional. En cualquier caso, de lo que escapa a la decisión consciente y voluntaria. Más bien ocurre que el narrador está a la espera de la señal inequívoca de lo que debe hacer. Esa señal llega e impone su ley: “debía quedarme en Florencia, en ese nuevo mundo, hasta el último momento, mientras me lo permitieran los poderes secretos que regían mi vida.” Hay aquí algo que podríamos llamar “superstición”, pero también algo que podemos designar como el reconocimiento de lo inconsciente en la vida humana. Sabemos que el narrador ha leído a Freud, que incluso lo ha estudiado, y que ha derivado de su teoría algunos elementos de autoanálisis. Sea como fuere, superstición, presencia de lo inconsciente, o incluso agnosticismo, o incluso, una posición agnóstica de base, sirviéndose de las teorías en boga, el narrador encuentra en la idea de “acto pasivo” un modo de hacer explícito el modo como en su vida son ejecutadas decisiones fundamentales: obediencia a una resistencia interna.

Hay que decir también, que este momento de la vida, quizás desde la primera salida de la casa de campo, a los 14 años, está gobernado por un cierto poder negativo, del cual la resistencia interna es una expresión más. El narrador no sabe qué quiere, incluso admite que nunca sabe lo que quiere, pero que de repente, tras la manifestación de la señal inequívoca o bajo el dominio de la resistencia interna, sabe perfectamente lo que no debe hacer. No debe regresar a su ciudad natal, es decir, no debe hacerlo todavía. Este “no aún” como lo indica Ana Cristina, marca una finalidad, una meta, y en ese sentido nos proporciona también el final anticipado de la aventura. El regresará a su ciudad natal, a su casa, pero lo hará sólo cuando sea el momento propicio. Ese momento no ha llegado y él lo sabe. Pero ¿qué es aquello que determina la temporalidad y la movilidad existencial? ¿Qué está, por decirlo así, aún en trámite, en gestación, en maduración? Puede ser su vida misma, su juventud, entendida como modo de ser, más que como período cronológico. El modo de ser de la juventud, como avidez de novedades, de experiencias, como acopio de experiencias e impresiones, como ejercicio continuo con la palabra, con el lenguaje, con la escritura… Porque el narrador quiere algo, su destino, según sus palabras, el que se hace progresivamente manifiesto, el que aparece ante él con total claridad la noche en que se prepara junto a su amiga actriz para visitar a Kaiser, es ser escritor, y para llegar a serlo, para apropiarse de su palabra en tanto que escritor, tiene que ejercitarse con la palabra ajena. Ajena la lengua en la que escribe, ajenas también las situaciones que son objeto de narración. O dicho de manera resumida: primero hablar en otro idioma de los otros, antes de hablar en su lengua de sí mismo.

Otros temas propuestos:

  • La libertad como condición interior
  • No siempre sabemos lo que queremos pero sí lo que debemos hacer
  • La manera de conocer del periodista
  • El nacimiento del fascismo en Italia
  • ¿Qué significa conocer una ciudad?

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