El camino que conduce a sí mismo

El narrador huye, escapa, rompe con su familia por primera vez y de modo radical. Lo primero que quisiéramos saber es de qué modo se describe esta ruptura, cuál es su «fenomenología». Desde el comienzo resulta llamativo el lugar del cuál se huye, el «de dónde se va», que es aquello que queda mejor descrito, a falta de una idea precisa acerca de «adónde se va». Se trata de la mansión señorial, propiedad de su tío, adónde van a pasar las vacaciones de verano: es un ambiente de paz eterna y sólida riqueza. Un «bucólico idilio» que genera un sentimiento de irreal felicidad. En este ambiente, rodeado por esta atmósfera, el narrador comienza, sin embargo, a angustiarse. Presiente el peligro que se aproxima, aunque de un modo vago y confuso. La descripción de la angustia (crisis de angustia) tiene una «sintomatología» semejante a la descrita por Heidegger en «Ser y tiempo». Esa angustia tiene un especial carácter de apertura para quien la experimenta, le hace patente su «estar arrojado en el mundo».

En esta narración hay una especie de dificultad inherente que obliga al escritor a contarlo todo, sin hacer ningún tipo de filtrado. No sólo se detiene en la descripción de la mansión, sino que intenta también recrear la atmósfera, algo de orden afectivo, ligado al entorno. El esfuerzo se hace tan evidente para el propio escritor que en algún momento se detiene nos dice, como justificándose, que al contar incluso anécdotas aparentemente insiginificante pretende recrear el momento, volver a vivir la excitación de aquel entonces. Las anécdotas forman parte del ambiente, son necesarias para revivir una excitación pasada que “hace que ardan algunos momentos de la vida”. Pero lo cierto es que el momento mismo no se deja atrapar, exige rodeos, volver una y otra vez, pues de lo que se trata es de relatar los instantes que acompañan un cambio fundamental en la vida del narrador, los primeros momentos peligrosos y dramáticos de su vida. “Golpe”, “explosión”, “cataclismo”, “experiencia”, son palabras con las cuales designa el acontecimiento que parte en dos su vida. Designan el acontecimiento de la ruptura, del quiebre.

En ese movimiento de huida no se sabe adónde se va sino de dónde se va, «sin condiciones y con todas las consecuencias». Y en verdad, como bien señala Ana Cristina, hay una descripción pormenorizada del ambiente que rodea al narrador en aquel verano dramático. Una descripción de todas las excelencias que componen el lado soleado de la vida, los lujos, las comodidades, la belleza, la abundancia de la vida burguesa, el no tan discreto encanto de la burguesía. ¿Porqué? Quizás para acentuar todavía más el gesto de la ruptura, para mostrarlo en toda su radicalidad.

Así pues, se marcha, emprende la huida, y una vez se recupera del duro golpe, del espasmo muscular que lo deja tirado en el piso, comienza a arrastrarse a caminar y a correr, con una decisión, una seguridad y una tranquilidad que le eran desconocidas hasta ese momento. Nada aún más terrible podría ocurrirle, y esta idea lo tranquiliza y afianza su decisión. “Cuando la vida toma de verdad una dirección determinada todos los obstáculos desaparecen”.

Pero «en la vida -nos dice a renglón seguido- no suele ocurrir ‘cosas importantes'». Margarita recuerda el bello pasaje de Ecce Homo “Las palabras más silenciosas son las que traen la tempestad, los pensamientos que caminan con pies de paloma dirigen el mundo”.

La disyuntiva: permanecer en el seno de la familia y sus variantes (clase, ideología, raza) o elegir el propio camino y de allí en adelante no contar sino consigo mismo.

Pero este movimiento, este cambio fundamental exige una especie de adiestramiento. El narrador tiene que acostumbrarse, pues no es algo que se produzca de una vez y para siempre, sino que es un acontecimiento que hay que repetir. No se es rebelde, se deviene rebelde, la rebeldía no es un estado sino un proceso vital. ¿A qué tiene que acostumbrarse? A la verdad. Y para hacerlo hay que empezar por decirla. Este es uno de los sentidos fuertes de las confesiones de un burgués, es un sentido vital, existencial, no moral. Esto quiere decir que la producción de la verdad no responde a una máxima moral, a un deber ser veraz, sino a una especie de necesidad fisiológica en un sentido mucho más básico y, si se quiere, ético: decirla para acostumbrarse a ella, para acostumbrar al propio sistema nervioso a vivir en una especie de equilibrio precario y de peligro constante. “Me gustaría decir la verdad. Estoy intentando acostumbrarme a la verdad. La verdad es que no puedo culpar a nadie ni por mi carácter ni por el curso de mi destino.”

Ser y no poder estar: ser un burgués y no poder estar en compañía de burgueses, no soportar por mucho tiempo la compañía de los burgueses. ¿De dónde proviene esta aversión a la clase, esta necesidad de alejarse de su familia y de su clase social. En dónde están las “causas”? Una hipótesis planteada por el narrador: tal vez viva dominado por la falta de raíces de una clase social en vías de extinción. Es la causa que podriamos denominar transindividual y transhistórica. El representa a un hombre entre otros que no pueden encontrar su lugar en la tierra.

Pero quizás haya otra causa, de un orden más propio, más íntimo, y que tiene que ver con su deseo de ser escritor. Nunca, en tanto que escritor, se ha planteado la felicidad como meta. Pero aquí felicidad es un término complejo, que reune significaciones dispares e incluso opuestas. No es la felicidad que está situada del lado soleado que le reserva la solidaridad de clase aquello a lo que apunta el narrador, aquello que busca. Pero puede pensarse que su vida no está tampoco desligada completamente de una aspiración a la felicidad. Esa felicidad que quizás él busque sigue otras modulaciones, exige otras vías que las predestinadas para su satisfacción.

Una condición es aprender a vivir de otro modo, conseguir que su sistema nervioso se acostumbre al peligro, que se habitúe a ese estado y que se imponga una disciplina acorde con él, una disciplina de artista, y en ello quizás “artificial”.

“Es una tarea difícil liberarse de las ataduras de la solidaridad con la propia clase social y atreverse a aceptar la felicidad en todas sus formas y manifestaciones.”

“Nada de lo verdaderamente atractivo de la vida tenía que ver con los ideales, y tampoco probablemente con los estados puros, sanos o excentos de peligro.” Esta afirmación quizás vale también para el narrador en tanto que artista, en tanto que creador, por la razón de que para poder escribir necesita renunciar a los ideales de pureza que se impuso en compañía de su amigo Dönyi, y ser capaz de concebir una obra con paja, improvisada e imperfecta.

En este punto es interesante mirar el contraste que la vida misma produce (como una especie de venganza contra el espíritu burgués) al poner una al lado de la otra la vida en la casa de propiedad, con su fuente, su chimenea y sus buenos modales, y el edificio de pisos de alquiler de al lado, en el que viven las alegres señoritas, entradas en carnes, provenientes de Galitzia. Personas que llevan una vida alegre, o en todo caso verdadera y libre.

¿Cuál es la función de Berci en la economía anímica, subjetiva, moral del narrador? Demostrarle que él es, a pesar de todo, un burgués, y que no puede no serlo, y que tiene que aceptarlo.

Otros temas propuestos:

• En la vida no suelen ocurrir “cosas importantes”.
• La rebeldía como proceso
• Dönyi
• Rastreando las decisiones fundamentales

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