¿Qué es la vida?

¿Qué es la vida? No se sabía. Sin duda, tenía conciencia de ella, desde el momento que era vida, pero ella misma no sabía lo que era. Sin duda, la conciencia en tanto sensibilidad a ciertos estímulos se hacía patente incluso en las formas de vida inferiores y más primitivas; era imposible vincular la primera aparición de fenómenos conscientes a un determinado punto de su historia general o individual; asociar, por ejemplo, la conciencia con la existencia de un sistema nervioso. Las formas animales inferiores no tenían sistema nervioso, y ni mucho menos cerebro, y, sin embargo, nadie se hubiera atrevido a poner en duda su capacidad de reaccionar a determinados estímulos. Además, también se podía anestesiar momentáneamente la vida –la propia vida–, no sólo los órganos particulares de la sensibilidad que la constituían, no sólo los nervios. Con las sustancias adecuadas, se podía anular temporalmente la sensibilidad de toda materia dotada de vida, tanto del reino vegetal como del animal, se podían anestesiar los huevos o las células reproductoras con cloroformo o clorhidrato de mor fina . La conciencia de uno mismo, pues, era una mera función de la materia organizada como forma de vida; y, en un grado más alto, esa función se volvía contra su propio portador, se convertía en tendencia a profundizar y explicar el fenómeno del que es fruto; en una búsqueda tan esperanzada como desesperanzada de la vida en pos del conocimiento de sí misma; en una constante indagación en su propio interior de la naturaleza, en vano al final , puesto que la naturaleza no puede traducirse en conocimiento, como tampoco la vida, en último término, puede explorarse a sí misma. ¿Qué era la vida? Nadie lo sabía. Nadie conocía el punto de la naturaleza del que nacía o en el que se encendía. A partir de ese punto, nada era inmediato ni estaba mal mediado en el dominio de la vida; la vida misma, parecía inmediata. Si algo se podía decir sobre este aspecto era lo siguiente: su estructura debía de ser de una índole tan evolucionada que el mundo inanimado no tenía ninguna forma que se le asemejase ni remotamente. Entre la ameba y el animal vertebrado mediaba una distancia muy pequeña, in significa nte en comparación con la que existía entre el fenómeno más sencillo de la vida y esa naturaleza que ni siquiera merecía ser cali fic ada de muerta, puesto que era inorgánica. Porque la muerte no era más que la negación lógica de la vida; pero entre la vida y la naturaleza inanimada se abría un abismo que la ciencia intentaba franquear en vano. Se intentaba salvarlo por medio de teorías, que el abismo se engullía sin perder nada de su profundidad ni extensión.

(Mann, La montaña mágica. Capítulo V: Investigación)