Comunsumismo. Tal vez la palabra no exista aún, pero podría adquirir derecho de nacimiento a partir de las consideraciones contenidas en “¡Tierra, tierra!”, particularmente en el capítulo 18 de la segunda parte y en los primeros 8 capítulos de la tercera. En el capítulo 18 encontramos esta reflexión que asombra justamente por la relación que establece entre comunismo y consumismo:
De la misma forma que las religiones, al identificarse con los sistemas de poder de su momento histórico, hicieron todo lo posible para limitar y cercenar los peligrosos estímulos de la libertad de expresión, también los sistemas económicos, políticos y de poder de esta época masificada –sea el comunismo o la sociedad de consumo posindustrial– son enemigos de la libertad de pensamiento y hacen todo lo posible –bien con la ayuda del terror o mediante la civilización tecnificada, que consigue el mismo efecto– para mantener a las masas humanas en un estado anímico infantil.
Lo que resulta quizás más llamativo en este fragmento y en otros que insisten sobre la misma idea es, forzando un poco las cosas, la equiparación entre comunismo y capitalismo. Que hay una estrecha relación entre nacionalsocialismo y comunismo es algo que dejó de estar oculto para los ojos de Márai y del mundo después del final de la segunda gran guerra. Los testimonios, entre ellos de Gide y Márai, del regimen opresivo del comunismo, del sacrificio de la libertad individual y del individuo mismo, se convirtieron en las primeras y quizás precoces denuncias de las terribles semejanzas entre ambos regímenes. El mundo intelectual europeo, sin embargo, no se percató suficientemente de ello. Las denuncias fueron en muchos casos ignoradas. Gide, a quien Márai conocía, a quien había leído, había publicado sus reflexiones sobre la URSS en 1936. Los peligros del comunismo habían sido puestos al descubierto tempranamente.
El segundo giro en esta reflexión es quizás tan audaz como el primero, incluso más: equipara comunismo y sociedad de consumo posindustrial. Ambos coinciden en un punto: masifican al hombre.
La reflexión que nos propone Márai está localizada en Europa. La cuestión del destino del hombre es, particularmente, la del hombre europeo. ¿Qué humanidad encarna el hombre europeo y hacia dónde se dirige? ¿Cuál puede ser su destino visto a la luz de los acontecimientos históricos más recientes y presumiblemente, más revolucionarios: el comunismo y el consumo posindustrial?
La pregunta es, en última instancia, por el destino de Europa, es decir, por el destino de la cultura occidental, de sello griego, de sello racional y de sello humanista. La pregunta por Europa nace de la inquietud que experimenta un hombre que experiementa como las dos fuerzas entre las cuales está atrapada Europa, América y Rusia, amenzan con destruir o han comenzado a destruir la idea del humanismo europeo. ¿Qué significa actualmente Europa? ¿Cuál es ese “plus”, ese “meta (más allá)” Europeo? ¿Qué significa, metafísicamente hablando, Europa?
Quería saber qué era, para mí, ese plus, esa realidad europea –sin autoengaños, sin palabras memorizadas, aprendidas, interiorizadas–, ese algo más en forma de realidad y de vida, diferente de todo lo que hubiera que admirar en el museo de una civilización petrificada y rancia. […] ¿La “consciencia de una misión”? La expresión cayó sobre mí como un rayo. (306)
Y más adelante responde:
Existió una cultura –la europea– concebida como una misión para todos los que vivieron en ella durante milenios. Sin embargo, esa misión se acababa de convertir en una simple mercancia para la exportación, en un producto made in Europe… Pero ¿quién quería comprar ese producto? […] ¿Tenía razón Tocqueville al formular –allí, en París, hacía un siglo– la premonición de que Europa quedaría aniquilidad entre dos potentes imanes, Rusia y América? (307)
Esta sospecha, la de Tocqueville, la de Gide, la que actualmente suscribe Márai, es, en cierto modo la de Heidegger también. Es la sospecha, en este último caso, de un intelectual conservador, como Márai, buscando, acaso sin fortuna, seguramente con torpeza, una orientación en medio del escenario político y espiritual de su época:
Esta Europa, en atroz ceguera y siempre a punto de apuñalarse a sí misma, yace hoy bajo la gran tenaza formada entre Rusia, por un lado, y América por el otro. Rusia y América, metafísicamente vistas, son la misma cosa: la misma furia desesperada de la técnica desencadenada y de la organización abstracta del hombre normal. Cuando el más apartado rincón del globo haya sido técnicamente conquistado y económicamente explotado; cuando un suceso cualquiera sea rápidamente accesible en un lugar cualquiera y en un tiempo cualquiera; cuando se puedan “experimentar”, simultáneamente, el atentado a un rey, en Francia, y un concierto sinfónico en Tokyo; cuando el tiempo sea sólo rapidez, instantaneidad y simultaneidad, mientras que lo temporal, entendido como acontecer histórico, haya desaparecido de la existencia de los pueblos; cuando el boxeador rija como el gran hombre de una nación; cuando en número de millones triunfen las masas reunidad en asambleas populares – entonces, justamente entonces, volverán a atravesar todo este aquelarre, como fantasmas, las preguntas: ¿para qué? –¿hacia dónde? – ¿y después qué? (Martin Heidegger, Introducción a la metafísica (1936), Editorial Nova, Bs. As., p. 75)
Otros temas propuestos:
- La mentira
- El comunismo considera al individuo una propiedad privada
- El humanismo