El inicio de ¡Tierra, tierra! es un inicio conjetural y cuestionante. El encuentro con el joven soldado ruso en la plaza del ayuntamiento de un pueblo en las afueras de Budapest, es el encuentro del narrador con una realidad nueva y con una pregunta. La pregunta interroga por aquello que está imponiéndose como realidad, y de lo que el soldado ruso es una primera manifestación.
Esta gran pregunta realmente está compuesta de varios interrogantes más específicos: ¿Qué es el comunismo y qué sentido tiene? ¿Cuál es la fuerza que se presenta en Europa y de la que el ejercito rojo es su expresión militar? Y, finalmente, ¿cómo responderá el mundo –occidental– a la llegada del comuismo? Un hecho parece inevitable, “el final de una forma de vida”. Está anunciado desde el comienzo de la obra, desde los primeros episodios, desde la cena de cumpleaños con la cual comienza el relato.
El narrador, Sándor, el escritor, incluso el escritor que goza para este momento (18 de marzo de 1944, día del cumpleaños) de un reconocimiento internacional, emprende una tarea de dimensiones considerables: dar testimonio en su diario personal del momento histórico que vive, intentando no solo describirlo, sino comprenderlo.
El modo de hacerlo tiene cierto carácter fenomenológico. Se trata de partir de una descripción de las experiencias directas o de aquellas que él mismo pueda constatar, de las vivencias de él y de su grupo más cercano, refugiado en una casa en las afueras de Budapest, hacia el final de la segunda gran guerra. Partir de esta descripción para intentar responder, como se dijo, a las grandes preguntas que plantea la llegada del ejercito rojo a occidente.
Sándor no sólo tiene un método sino también algo así como una teoría de la historia, o un esquema del desenvolvimiento histórico de los acontecimientos: se trata de un juego de preguntas y respuestas. Oriente interroga a occidente, de tanto en tanto, en períodos y momentos decisivos de la historia, y occidente responde históricamente. Así, por ejemplo, a la pregunta que traen los árabes en la edad media, occidente responde con el renacimiento; a la pregunta que hace la invasión otomana, occidente responde con la reforma protestante. ¿De qué modo responderá, pues, a la llegada del comunismo a través del ejercito rojo? Se trata de responder a la pregunta del joven ruso, del jinete ruso, sin suspicacias ni prejuicios, pero con la clara consciencia de que todo aquello que comienza a aparecer le resulta al escritor “alarmantemente ajeno”.
En medio de esta total extrañeza, de esta falta de referentes que le permitan a Sándor hacerse a una idea provisional y coherente de quiénes son aquellos que están llegando a su patria, él tiene que apelar a una saber muy básico, casi instintivo, que le permita descifrar las situaciones en las que es abordado por los soldados rusos. El fin inmediato es sobrevivir, mantenerse a salvo y proteger a su familia. El fin mediato es conocer al otro en función de la pregunta histórica.
De ese saber instintivo del que se sirve la supervivencia hay un dato particular que será empleado continuamente: presentarse él ante los rusos como escritor. En medio de la arbitrariedad del comportamiento de los soldados, parece haber una constante: responden frecuentemente con respeto ante la figura del escritor. Sin embargo esta respuesta está lejos de ser una norma general. Entre el auténtico respecto y la total indiferencia Sándor conocerá múltiples posiciones intermedias asumidas por los rusos. Una de ellas dará lugar a una de las expresiones en las que la talla moral y artística del escritor se hará manifiesta: “Así son las guerras, siempre terribles, y las botas llenas de barro siempre acaban pisoteando los manuscritos de tierras extranjeras.”
Otros temas propuestos:
- El totalitarismo y el talento
- El esfuerzo por comprender objetivamente al ruso
- La esperanza en la llegada de los bolcheviques y el desengaño
- La historia universal como juego de preguntas y respuestas
- La guerra