El año de maduración en Frankfurt

El capítulo termina con la despedida de un año en el que el narrador experimenta ciertos cambios que determinarán sus relaciones, su oficio y en definitiva su relación con el mundo.

El autor viene trazando una especie de “trayectoria narrativa” que va dando cuenta de cierto hastío o tal vez indiferencia; que se anuncia cuando éste no percibe ningún sentimiento particular; ni de aversión, ni de asombro, frente a la relación sado-masoquista de su vecino, el sastre jorobado y su esposa, de la cual le llegan los ecos impúdicos de su primera noche juntos.  Esta bizarra situación, que él define como algo “natural, normal y humano” sólo le merece una reflexión sobre sí mismo, sobre su propia actitud, que atribuye a un estado de ánimo.

Luego vendrá la descripción de situaciones vividas con los más pintorescos y conmovedores personajes con los que se encuentra durante este año vivido Frankfurt: primero está la señora Gudula, su distinguida dinastía de los Rothschild, y otras personas ricas de la ciudad; atractores y benefactores de peregrinos, vagabundos y aventureros, personas para las que carecía de importancia la profesión, la ideología, el trabajo… y con las que él advertía algo así como una identificación, pues para ese momento no había nada que le interesara realmente, ni siquiera la escritura era un asunto serio para él.
Luego, su encuentro con Hanns Erich, le facilita el acceso a varios círculos intelectuales de la ciudad y sin proponérselo al Frankfurter Zeitung, que es en ese momento, uno de los periódicos más influyentes en Alemania y en el resto del mundo. Es importante resaltar aquí el carácter fortuito que el narrador confiere a este evento, del cual dice: “Como todo lo que de verdad importa en la vida, eso también me ocurrió sin que me lo propusiera… me desperté una mañana y empecé a vivir en unas condiciones diferentes de las anteriores”. No reconoce la voluntad como un motor de la vida. Su paso por el Frankfurter Zeitung, que duró muchos años, se dio de manera natural, gozaba de una gran libertad para expresar sus ideas.  Más tarde, esta actitud despreocupada empezó a contrastar con la toma de conciencia acerca del oficio de escritor: “Un día comprendí la responsabilidad que implica la palabra escrita, y entonces empecé a tener miedo”; dejó entonces de ser “todo oídos”, de decir lo que querían escuchar y al empezar a expresarse con una voz propia, su colaboración para aquel periódico termino.

La llegada a la ciudad de K y su amiga, la condesa austriaca, ambos dedicados a la traducción de textos, introdujo cierto desorden a su vida, que lo llevó a cambiarse primero de habitación, luego de piso, de edificio y finalmente de barrio. K estaba dedicado a trabajar duramente y a enviar cartas de agravio y desagravio a todas partes del mundo por “correo certificado”.

Pese a las dificultades con el carácter de K, de ellos aprendió además de la amistad, la disciplina, el esfuerzo y el ritmo de trabajo. Trabajaban mucho en lo que para el autor era una extraña ocupación: “un traductor es siempre un escritor frustrado, de la misma forma que un fotógrafo es un pintor perdido”. No obstante, era la condesa quién más lo impresionaba, tal vez por ser una mujer capaz de transgredir todos los órdenes de su vida: “lo que atraía y repelía a un tiempo era la luz que irradiaba aquella alma purificada por el dolor, el conocimiento y la pasión”. Era capaz de interactuar con toda clase de personas, en cualquier ambiente. Todos se sentían a gusto en su compañía.  Fue su amigo, el resto de la vida.

Una carta de K, puso fin a su convivencia: “se enfadó por algo y me envió una carta por correo certificado urgente desde el primer piso a mi habitación del segundo”. Poco tiempo después abandonaría la ciudad de Frankfurt: “Un día me desperté y me di cuenta de que el año que llevaba en Frankfurt había hecho madurar algo en mí”.

Esta maduración, que como ya se mencionó, no sucede inesperadamente,  se viene produciendo en su interior, como algo “orgánico”, hay una alusión directa al cuerpo cada vez que asoma la idea de la escritura: se sentía “débil para escribir”, el escritor como alguien con “una visión amplia”, una «visión distinta», la escritura como una “manera de comportarse”.  De otro lado, el narrador deja entrever un giro moral, hay una especie de compromiso ético que se manifiesta en la capacidad para desarrollar una manera propia de observar la realidad más allá de lo evidente.

Hasta que un día Frankfurt ya no tenía nada que ofrecerle, se le antojaba empalagosa, una ciudad en la que la vida es “irrealmente «interesante»; mis días transcurrían de una manera artificial, como si estuviera iluminado de forma permanente por rayos ultravioleta”. Lo único que deseaba era huir de allí, la ciudad le provoca “una intensa sensación de hartazgo por sus sabores demasiado dulzones”.

Otros temas propuestos fueron:

  • La escritura como una manera ética de comportarse
  • El miedo a la palabra escrita
  • Las cosas que determinan las relaciones con el oficio y con el mundo
  • El Frankfurter Zeitung
  • Me desperté una mañana y empecé a vivir en unas condiciones diferentes de las anteriores

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